martes, 9 de abril de 2013

Lunes de Aguas en Salamanca






El Lunes de Aguas, una fiesta con sabor salmantino

El Lunes de Aguas es una fiesta inicialmente exclusiva de la ciudad de Salamanca, que, poco a poco, se ha ido extendido a la mayoría los pueblos de la provincia. Se celebra siempre en lunes, una semana después del Domingo de Pascua. En la actualidad, el Lunes de Aguas se celebra en familia  o en compañía de amigos, que se reúnen para ir a merendar al campo, en un clima de ociosidad, esparcimiento y diversión, aunque hasta hace no mucho, servía también como desahogo de los estrictos ritos de la Semana Santa.



Los orígenes

Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en el siglo XVI.  En 1543, un jovencísimo Felipe II llega a la solemne ciudad de Salamanca para desposarse con la princesa María de Portugal. En esa visita, Felipe, que aunque joven, era una persona severa, de carácter sobrio, religioso y poco dado a los placeres, contempla con asombro el verdadero rostro de la ciudad. En Salamanca, a la par que Escuelas Mayores y Menores, patios de lectura, y bibliotecas, coexisten tabernas insanas y lujuriosas, casas de amancebamiento de toda índole, y  toda suerte de atentados contra el sexto y todos los demás mandamientos inventados y por inventar. Felipe II, asustado por el libertinaje sexual que se respira en Salamanca, dicta unas ordenanzas que obligan a las prostitutas a abandonar la ciudad y permanecer en su Casa de Mancebía, a la otra orilla del río Tormes, durante la Cuaresma. Este destierro comenzaba el Miércoles de Ceniza. El Padre Putas era el encargado de vigilar y atender  a las prostitutas durante los días de su obligado exilio, y el que las acompañaba atravesando el río Tormes en barca, el lunes posterior a la Semana Santa de regreso  a la  ciudad. Es fácil imaginar la alegría y el jolgorio con los que nuestros jóvenes estudiantes celebraban el regreso de las rameras a la ciudad. Ese día se organizaba una auténtica fiesta de bienvenida en la ribera del río: la gente  cantaba y bailaba, con vino, comida, y como no, con grandes excesos carnales por haber tenido durante cuarenta días y cuarenta noches sus instintos reprimidos. Esta fiesta acababa siempre con los estudiantes y las prostitutas, borrachos, bañándose en el río.
Aunque evidentemente esa costumbre no ha perdurado hasta nuestros días, lo que sí se ha mantenido, hasta convertirse en tradición, ha sido el hecho de salir al campo con la familia o los amigos para celebrar con nuestro hornazo salmantino, que una vez, hace siglos, todos fuimos tunantes por un día, junto al río.

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